La nación democrática como cura para el fascismo del Estado-nación.

Compilado a partir de los escritos de la prisión de Abdullah Öcalan
Se han hecho muchos análisis del fascismo, pero todas las definiciones –ya sean de los marxistas, liberales, conservadores o anarquistas– han sido engañosas. Ninguna de ellas tenía la intención ni el poder de explicar lo que realmente ocurrió. Los magníficos intelectuales judíos, víctimas del Holocausto, también contribuyeron a ese malentendido. Esto se debe a que Hitler fue el resultado de la suciedad intelectual y la praxis política colectiva de todos. Pero, por supuesto, ¿quién puede reconocerlo?
El Estado-nación y el fascismo son similares en su esencia. Definir el fascismo como una excepción que se ha impuesto externamente al capitalismo es la mayor miseria de los intelectuales liberales y socialistas. El capitalismo, en cuanto civilización y Estado, es la expresión sistemática de mantener al Estado-nación, y por lo tanto al fascismo, a mano en todo momento. El fascismo es la norma. Lo que es una excepción es alcanzar un compromiso con las estructuras democráticas.
El fenómeno de la nación y su desarrollo
Es más significativo hablar de diferentes tipos de naciones en lugar de un único tipo de nación. Esto permitirá hablar de naciones que se han construido sobre bases diferentes. Es instructivo considerar un fenómeno social general al intentar dar sentido a la categoría de naciones. La pregunta primordial para todos los clanes y comunidades es una cuestión de entidad: ¿Qué tipo de sociedad o comunidad soy? Es una indagación sobre su propia identidad. Así como cada persona tiene un nombre y una identidad, es posible -y necesario- hablar de un nombre y una identidad para todas las comunidades. Si hay fenómenos sociales basados en diferentes naturalezas, entonces es natural que tengan una expresión de su identidad. El nombre y la identidad son importantes para que las diferentes sociedades de clanes puedan interactuar. Además, es absurdo pensar que todos los avances científicos y sociales que han hecho avanzar la vida humana y establecido la comunicación podrían haber ocurrido sin nombrar las características únicas de cada uno y sin tener un epíteto. Por supuesto, es posible ser multilingüe, multicultural y tener una pluralidad de sistemas políticos y legales. En esta inmensa red de relaciones, una vez más, el nombre y la identidad son imprescindibles. Puede haber una nación bilingüe y bicultural, pero eso no elimina la necesidad de una designación y de una identidad. La pluralidad de identidades y de diversidades exige la elección correcta de los métodos de coexistencia. En efecto, las sociedades no pueden surgir ni ser gobernadas de otra manera.
La difusión del cristianismo en la Edad Media europea estuvo muy relacionada con el desarrollo de la conciencia de ser un pueblo. En las comunidades tribales anteriores, al igual que en las tribus árabes y turcas, la conciencia de ser un pueblo con un origen común era muy débil. Antes de la modernidad, el cristianismo era un factor que aumentaba objetivamente esta conciencia. No designaba a estas sociedades como francesas o alemanas, pero una conciencia religiosa compartida en todas estas tribus fue un gran paso hacia el desarrollo de un pueblo con una identidad común. El segundo paso fue el desarrollo político de la formación de reinos. Así, después del desarrollo de una religión común, la formación de las tribus en un reino mutuo es el último gran paso hacia la formación de una nación. Francia es un ejemplo típico de este proceso.
El desarrollo del mercado se traduce en un aumento de las relaciones sociales; el nacimiento de la nación está próximo.
La nacionalidad es, por tanto, la suma de las relaciones sociales que se desarrollan en torno a la conciencia tribal, la conciencia religiosa, la autoridad política común y el mercado. Quizá sea más significativo hablar de una sociedad-nación. Convertirse en nación no es lo mismo que convertirse en estado. Por ejemplo, aunque el reino francés fue destruido, la nación francesa siguió existiendo. Quizá sea instructivo describir el hecho de ser una nación como una comunidad unificada por la lengua y la cultura, pero es una definición estrecha e inadecuada decir que la lengua y la cultura por sí solas determinan lo que es una nación. Por supuesto, éstas no son las únicas bases para ser una nación; la política, el derecho, la revolución, las artes -especialmente la literatura y la música- y la economía de mercado desempeñan su papel en el proceso de convertirse en nación. La nacionalidad no tiene una relación directa con los sistemas económicos y políticos, aunque pueden influirse mutuamente. Es un asunto muy ambiguo, y por tanto cualquier análisis al respecto debe hacerse de forma sensible y equilibrada.
La mayoría de las comunidades actuales se han convertido en naciones. Aunque hay grupos marginales que no se han convertido en naciones, la mayoría son ahora sociedades nacionales. Es casi como si no existiera ningún individuo sin nación; la pertenencia a una nación puede incluso considerarse un estado social natural. Pero en la larga historia de la civilización, ser nación nunca, antes de la aparición del sistema capitalista, adquirió tanta importancia. O, mejor dicho, lo que se ha hecho en nombre de la nación ha preparado el terreno para terribles catástrofes.
El énfasis excesivo en los elementos que constituyen una nación ha creado un desastre.
El factor más importante en la formación de ideologías nacionalistas es el vínculo entre nación y política. La política nacionalista siempre terminará en un régimen fascista (como lo hará el nacionalismo alimentado por la economía, la religión y la literatura). El monopolio capitalista ha “sobrenacionalizado” los elementos que contribuyen a la formación de la nación, como la política, la economía, la religión, el derecho, las artes, los deportes, la diplomacia y el patriotismo, con el fin de alcanzar una unidad sistémica en nombre de la resolución de las crisis. Así, cada nación piensa que será la más fuerte de todas al no dejar a una sola entidad social fuera de las relaciones de poder. Los resultados han sido terribles: un baño de sangre en Europa y, finalmente, dos guerras mundiales que tuvieron consecuencias históricamente sin precedentes. No se trata de convertirse en una nación, sino de convertir la nación en una religión: la religión del nacionalismo. Desde una perspectiva sociológica, el nacionalismo es una religión.
Esta sociedad está en peores condiciones que una sociedad poseída; puede ser administrada como el sistema desee. De hecho, la sociedad experimental inicial del espectáculo del fascismo no ha fracasado: los cabecillas han sido eliminados. Pero durante y después de la Guerra Fría, el sistema hizo que la sociedad del espectáculo dominara sobre todas las sociedades a través de los estados-nación y las empresas financieras globales. La actual conquista material e inmaterial de las sociedades por el capitalismo excede con creces la de imperios poderosos como los de los sumerios, los egipcios, los indios, los chinos y los romanos. Es evidente que la fase imperial del capitalismo (las fases anteriores fueron el colonialismo y el imperialismo) es el apogeo de su hegemonía. Aunque esta fase objetivamente conlleva aspectos caóticos y muestra signos de una intensa decadencia, el sistema capitalista pretende compensar los efectos de la decadencia profundizando la hegemonía de la mente.
El Modelo de Nación Democrática
El modelo más beneficioso para una nación es la nación democrática. Es muy importante comprender esto: para resolver los problemas relacionados con la nación, la sociedad democrática es el tipo de sociedad más constructivo. Las naciones se pueden formar y desarrollar mejor dentro del sistema de la sociedad democrática. Si se apoyan mutuamente en lugar de utilizar la nacionalidad como una razón para la guerra y la lucha, entonces puede ser posible la etapa histórica de la nación de naciones, la nación- fibra. Sólo dentro de un sistema democrático la nacionalidad no dará lugar a luchas. Sólo entonces será posible que la nacionalidad contribuya a la paz y la fraternidad en la solidaridad y la pluralidad cultural.
Para las sociedades, el modelo de Estado-nación no es más que una trampa y una red de represión y explotación.
El concepto de nación democrática invierte esta definición. La definición de una nación democrática que no está limitada por fronteras políticas rígidas ni por una única lengua, cultura, religión e interpretación de la historia, significa pluralidad y comunidades, así como ciudadanos libres e iguales que existen juntos y en solidaridad. La nación democrática permite que el pueblo se convierta en nación por sí mismo, sin depender del poder y del Estado; convertirse en nación mediante la tan necesaria politización. Su objetivo es demostrar que, sin convertirse en Estado ni adquirir poder y sin politización, se puede crear una nación con instituciones autónomas en las esferas social, diplomática y cultural, así como en la economía, el derecho y la autodefensa, y así construirse como una nación democrática.
La sociedad democrática sólo puede realizarse a través de un modelo nacional de este tipo. La sociedad-estado-nación está cerrada a la democracia por su propia naturaleza. El estado-nación no representa ni una realidad universal ni local; por el contrario, niega la universalidad y la localidad. La ciudadanía de una sociedad uniformizada representa la muerte del ser humano. Por otra parte, la nación democrática hace posible la reconstrucción de la universalidad y la localidad. Permite que la realidad social se exprese. Todas las demás definiciones de nación se encuentran entre estos dos modelos principales.
Aunque existe una amplia gama de definiciones de los modelos de construcción de naciones, también es posible una definición que abarque todo: la definición de nación en relación con su mentalidad, su conciencia y sus creencias. En este caso, la nación es una comunidad de personas que comparten una mentalidad común. En esa definición de nación, la lengua, la religión, la cultura, el mercado, la historia y las fronteras políticas no desempeñan un papel decisivo, sino más bien corporal.
La definición de nación como una determinada mentalidad le confiere un carácter dinámico. Mientras que en los Estados nacionales el nacionalismo deja su impronta en la mentalidad común, en una nación democrática es la conciencia de libertad y solidaridad. Sin embargo, definir a las naciones sólo por su mentalidad sería incompleto. Así como las mentalidades no pueden existir sin cuerpos, las naciones tampoco pueden funcionar sin un cuerpo. El cuerpo de las naciones con mentalidad nacionalista es la institución estatal. Por eso a esas naciones se las llama Estados nacionales.
Las naciones con una mentalidad basada en la libertad y la solidaridad ejemplifican la autonomía democrática. La autonomía democrática denota esencialmente el autogobierno de comunidades e individuos que comparten una mentalidad similar a través de su propia voluntad. Esto también podría llamarse gobernanza democrática o autoridad. Es una definición abierta a la universalidad. Un modelo de nación que puede derivarse del concepto de “nación cultural”, pero que frena y excluye la explotación y la represión, es un modelo de nación democrática. Una nación democrática es la nación más cercana a la libertad y la igualdad. Y de acuerdo con esta definición, esta es la comprensión ideal de nación para las comunidades que luchan por la libertad y la igualdad.
La nación democrática no se conforma con una mentalidad y una cultura comunes, sino que es una nación que unifica y gobierna a todos sus miembros en instituciones democráticas autónomas. Esta es su cualidad definitoria. La forma autónoma democrática de gobierno es la condición primordial para convertirse en una nación democrática. En este sentido, es la alternativa al Estado-nación.
El modelo de nación democrática, como modelo de solución constructiva, redemocratiza las relaciones sociales que han sido destrozadas por el estatismo-nación ; hace que las diferentes identidades sean tolerantes, pacíficas y reconciliadoras. La evolución de los estados-nación hacia naciones democráticas traerá enormes beneficios. El modelo de nación democrática mejora las percepciones sociales cargadas de violencia mediante una conciencia social solidaria y las vuelve humanas (un ser humano inteligente, sensible y empático). Puede que no elimine por completo las antipatías sociales, pero puede minimizar la violencia de la explotación y ayudar a hacer realidad la posibilidad de una sociedad más igualitaria y libre.
No sólo fomenta la paz y la tolerancia internas, sino que también trasciende los enfoques represivos y explotadores hacia otras naciones y transforma los intereses comunes en sinergias a través de las cuales realiza su misión. Una vez que las instituciones nacionales e internacionales se reconstruyan de acuerdo con la mentalidad y las instituciones fundamentales de la nación democrática, se entenderá que esta nueva modernidad, la modernidad democrática, tiene los atributos de un renacimiento no sólo en teoría sino también en su implementación.
La alternativa a la modernidad capitalista es la modernidad democrática, con la nación democrática en su núcleo y la sociedad económica, ecológica y pacífica que ha tejido dentro y fuera de la nación democrática.
Abdullah Öcalan

Comments