Desde hace más de 30 años, la Tercera Guerra Mundial se intensifica día a día. Las regiones en guerra de todos los continentes del mundo están ardiendo, y nos dirigimos directamente hacia otra explosión de caos y destrucción; por abstractas y complicadas que parezcan las guerras y los conflictos de este mundo, se vuelven claros y fáciles de entender cuando echamos un vistazo a los intereses de las distintas potencias. Como siempre ha sido, en toda sociedad, son los intereses políticos y económicos de los gobernantes en los que se encuentra la causa de la guerra y el conflicto. No es diferente con las guerras que hacen estragos hoy en día, principalmente batallas de distribución de recursos entre los poderosos de este mundo; aunque puedan alegar que luchan por la nación, por la religión o incluso por la democracia y los derechos humanos, nada puede ocultar el hecho de que los conflictos armados actuales también giran en torno al control de los mercados, los recursos y la mano de obra. Un sistema en el que el beneficio máximo, como ley suprema de este mundo, sigue estando por encima de todas las convenciones y de la dignidad del hombre mismo, debe, en su voraz afán de lucro y en la implacable competencia del mercado capitalista, desembocar finalmente en conflictos bélicos. Ya en el estallido de la Primera Guerra Mundial del siglo pasado, el socialista Jean Jaures, asesinado por un nacionalista francés en 1914, afirmó muy acertadamente: «El capitalismo lleva la guerra en sí mismo como una nube lleva la lluvia».
No importa hacia dónde dirijamos la mirada, hoy se libra en todos los continentes una lucha encarnizada por reordenar el equilibrio mundial de poder. Después de que el colapso del socialismo real pusiera fin a la era del llamado «orden mundial bipolar» en el que las dos grandes potencias, EE.UU. y la Unión Soviética, dominaban el planeta, EE.UU. se embarcó en el loco intento de convertirse en la «única potencia mundial» e imponer un «orden mundial unipolar» bajo dominio estadounidense. Mediante guerras e intervenciones, presiones político-económicas y una ofensiva propagandística sin precedentes, se pretendía imponer el nuevo orden mundial. Hoy, más de 30 años después, ya no se puede negar el fracaso de este proyecto. La aparición de nuevas potencias imperialistas, que ya no quieren aceptar su anterior posición subordinada e intentan conseguir un «trozo mayor del pastel», está desafiando la hegemonía estadounidense en todo el mundo.
Aunque la Federación Rusa y China suelen estar en el centro del debate público, también hay otros centros de gravedad junto a ellos en el emergente orden mundial multipolar. Junto con Brasil, India y Sudáfrica, forman la alianza económica de los «Estados BRICS», que se ampliará el 1 de enero del próximo año para incluir a Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Como confederación de Estados, los países BRICS intentan crear un contrapeso al dominio del dólar en el mercado mundial mediante la cooperación económica entre ellos, y con ello se esfuerzan por unir a todos los Estados a los que molesta la supremacía de occindente.
En los últimos meses, el continente africano en particular se ha convertido en escenario de grandes cambios y encarnizados combates. Desde la década de 1950, se han producido más de 106 golpes militares en África, pero la serie de golpes militares que comenzó por Malí y Burkina Faso y, más recientemente, en Níger y Gabón, son probablemente los primeros signos de un cambio importante en el continente. Los golpes en sí no son meros hechos aislados o asuntos internos de los respectivos Estados, sino también la consecuencia directa de la lucha de poder entre los imperialistas occidentales, especialmente Francia y Estados Unidos, por un lado, y los nuevos contendientes imperialistas emergentes, especialmente China y la Federación Rusa, por otro.
Desde el comienzo de la colonización de la región, la zona del Sahel en particular ha sido una importante fuente de materias primas para Francia, y hasta hace poco las minas de uranio nigerianas suministraban la mayor parte del uranio necesario para la industria nuclear francesa. Sin embargo, el nuevo gobierno militar, que se alineó internacionalmente con la Federación Rusa y firmó una alianza regional con los gobiernos militares antioccidentales, ha puesto fin a toda cooperación con la antigua potencia colonial. Mientras los Estados de la CEDEAO/ECOWAS aliados del imperialismo occidental, con Nigeria a la cabeza, amenazan con una intervención militar contra Níger, en Sudán también continúan los encarnizados combates entre el ejército y las milicias apoyadas por mercenarios rusos. La situación en el continente africano es más que explosiva, y cuanto más continúe desarrollándose la Tercera Guerra Mundial, mayores serán las posibilidades de que estallen aquí también importantes conflictos transregionales.
Si echamos un vistazo a Oriente Próximo, el lugar donde estalló por primera vez la Tercera Guerra Mundial en curso y que sigue siendo hoy el centro del conflicto global, fue sobre todo el conflicto de Israel y Palestina el que dominó los titulares de la prensa mundial en octubre. Hoy, los combates entre la organización yihadista Hamás y el ejército israelí continúan con toda su ferocidad. Hasta ahora han muerto miles de civiles, el ejército israelí golpea sin piedad Gaza con artillería y bombardeos aéreos, cometiendo múltiples crímenes de guerra, y los islamistas de Hamás también son culpables de numerosos crímenes contra civiles judíos y mujeres en particular. Si el conflicto sigue agravándose, tiene el potencial de ahondar las desavenencias entre los pueblos hasta abismos insalvables y hacer impensable una resolución del conflicto.
No en vano, la comunidad kurda ha declarado que las actuales operaciones y ataques no benefician a la solución del conflicto, sino que más bien obstaculizan la coexistencia común de los pueblos. Sin embargo, también está claro que la causa del conflicto no se encuentra en los últimos ataques de la parte palestina, sino que la causa del problema actual es el propio problema histórico de la cuestión palestina. Aunque los combatientes islamistas de Hamás hayan logrado superar las barreras israelíes, atacar y desbordar con éxito los puestos avanzados israelíes en los primeros días de la llamada «Inundación de Al-Aqsa», sigue siendo innegable que las fuerzas armadas israelíes son muy superiores a Hamás, tanto militarmente como en términos de personal. Hoy, la población de Gaza se enfrenta a una inminente invasión terrestre israelí que provocaría la muerte de decenas de miles de civiles palestinos y la destrucción casi total de Gaza.
Es evidente que también en este caso el enfrentamiento actual supera con mucho las dimensiones de un conflicto regional entre Israel y Palestina y está estrechamente relacionado con los intereses y planes de las potencias regionales e internacionales. Para Occidente, el Estado israelí, junto con la República turca, es la puerta central de Oriente Medio y una de las potencias garantes decisivas de la modernidad capitalista. Las crecientes tensiones entre Irán y sus aliados, y Estados Unidos y la Coalición Internacional al otro lado, son sin duda uno de los factores que han llevado a la profundización de la crisis. Así, también hay analistas que consideran que la actual escalada y, sobre todo, el comportamiento provocador de las potencias extranjeras, están relacionados con los planes realizados en la reciente cumbre del G20 en Nueva Delhi para crear una ruta energética alternativa entre Asia y Europa. La nueva ruta iría desde la India, pasando por Arabia Saudí, Israel, el sur de Chipre y Grecia, lo que supondría eludir tanto a Irán como a los Estados de Asia Central y, sobre todo, a Turquía.
Sin embargo, sea cual sea el ángulo desde el que veamos la actual escalada, está absolutamente claro que no podemos considerar esta guerra, así como los demás conflictos en curso en todo el mundo, al margen de la Tercera Guerra Mundial, sino como parte integrante de ella. El conflicto palestino-israelí, al igual que la cuestión kurda, es uno de los grandes nudos gordianos de Oriente Medio, y sin una solución a estos dos problemas, la democratización de la región sigue siendo impensable. No es erróneo afirmar que ambos conflictos tienen una especie de función clave.
Al igual que en la cuestión kurda, la aparente insolubilidad del problema reside en la propia mentalidad del estado-nación. El estado-nación como concepto se ha convertido en la causa de ambos problemas y no puede ser la solución a los conflictos. Ya en 2009, Rêber Apo había escrito en su último documento de defensa que «Si no se comprende el entramado de la hegemonía de la modernidad capitalista en Oriente Medio», no se puede entender «por qué se crearon 22 estados-nación árabes». Incluso la creación de un estado-nación palestino, como Estado número 23 de la lista, profundizaría los problemas en lugar de resolverlos. La lucha del pueblo palestino sigue siendo legítima y la paz duradera sólo puede lograrse mediante el reconocimiento del derecho del pueblo palestino al autogobierno, pero la solución al problema palestino no es la solución de dos Estados o de un Estado; la única solución sólo puede ser una solución «sin Estado». El modelo de nación democrática, desarrollado por Rêber Apo como solución a las crisis de Oriente Próximo, y con el que el modelo de autogobierno en el norte y este de Siria ha demostrado suficientemente su viabilidad, es capaz de garantizar una coexistencia verdaderamente libre e igualitaria para los pueblos de Oriente Próximo.
Mientras en Gaza dos millones de personas luchan por sobrevivir sin agua, electricidad ni alimentos adecuados bajo los bombardeos de la aviación israelí, millones de personas en el norte y el este de Siria también se ven privadas del suministro de los productos más básicos. Los ataques turcos contra las infraestructuras vitales de la región han destruido por completo o inutilizado amplias secciones del suministro eléctrico, así como obras hidráulicas e instalaciones de producción de gas. Tanto Netanyahu como el dictador turco Erdogan han declarado que las infraestructuras civiles y los asentamientos son los «objetivos legítimos» de sus acciones militares, y asesinan a pesar de todo. Mientras Erdogan no se cansa de expresar su simpatía por la población civil de Gaza, las bombas y los proyectiles turcos destrozan a civiles inocentes, mujeres y niños, a tan sólo unos kilómetros de distancia de la frontera turca. Los ataques aéreos de principios de octubre, que alcanzaron más de 200 objetivos en el norte y el este de Siria, también pasaron prácticamente desapercibidos para la opinión pública
mundial. El hecho de que la prensa generalista y las autoridades gobernantes respondan con el silencio a los brutales ataques del fascismo turco obedece también a motivos ideológicos.
Los ataques contra la revolución de Rojava, pero también la guerra de exterminio contra las unidades guerrilleras en Kurdistán del Norte y del Sur, deben ser considerados sobre todo como ataques del sistema capitalista bajo la dirección de la OTAN contra un proyecto social alternativo y revolucionario. En este sentido, es sobre todo la responsabilidad de las fuerzas socialistas, revolucionarias y democráticas de este mundo levantar su voz y unirse a la defensa de la revolución internacionalista en Kurdistán.
Tras el colapso del socialismo real y el proclamado «fin de la historia», la exitosa lucha del movimiento apoísta en Kurdistán demuestra hoy que la revolución no tiene por qué ser un sueño o una utopía lejana ni siquiera en el siglo XXI. Para preservar aquello por lo que ya hemos luchado y expandir nuestra revolución en todas direcciones, lo que se necesita sobre todo es la creación de un nuevo internacionalismo. En lugar de luchar por conseguir nosotros mismos un lugar en los salones del poder, o incluso por establecer nuevos estados-nación, debemos crear la organización internacional y no estatal de todos los oprimidos de este mundo. El propio Estado se crea como una herramienta para que las clases dominantes mantengan su poder y retengan a las masas. En su esencia no es mucho más que un aparato de poder mediante el uso organizado de la fuerza, y un instrumento que no puede ayudarnos a conseguir la libertad. Si en el pasado el objetivo de los revolucionarios era conquistar el Estado y utilizar su maquinaria, lo que se necesita hoy es una internacional de la autoorganización que pueda unir las luchas de los oprimidos y explotados más allá de todas las fronteras estatales. Dado que la crisis a la que nos enfrentamos hoy es una crisis global, nuestra respuesta sólo puede ser también global. Como movimiento juvenil internacionalista, debemos tomar la iniciativa en este proceso de construcción y avanzar con dinamismo y sin miedo hacia el futuro. El mundo del mañana, la modernidad democrática como alternativa al sistema de destrucción y muerte, ya existe hoy en nuestras luchas. Existe allí donde las mujeres se levantan y los jóvenes luchan por su futuro, y vive ya hoy en cada proyecto de autoorganización y de economía comunal, por pequeño que sea. Allí donde los trabajadores luchan por una vida digna y la gente defiende su derecho a la tierra y a la alimentación, allí también vive una parte del mundo que resiste a este sistema. Lo que nos queda como tarea es dar a la modernidad democrática formas y organizaciones concretas.
La construcción de la modernidad democrática requiere también un cambio radical de mentalidad, podemos decir una revolución de la mente, pero también cambios materiales concretos. Un sistema económico basado en las necesidades y sostenible que sustituya a la brutalidad del libre mercado, un nuevo sistema de justicia social en lugar del sistema judicial estatal, un contrato social que regule la convivencia social y estructuras de autodefensa para proteger los logros de la revolución contra todas las amenazas internas y externas, todo ello debe crearse para garantizar un cambio a largo plazo. Hablando de autodefensa, no sólo debemos considerar el aspecto militar-material de la autodefensa. La apropiación y defensa de la propia cultura, lengua e historia son también aspectos de la autodefensa contra los ataques del sistema capitalista que no deben subestimarse. La aniquilación de una sociedad se produce no sólo mediante el genocidio físico, sino también mediante el llamado «genocidio blanco», es decir, la asimilación y la aniquilación cultural. Por ello, tanto para las naciones colonizadas como para todas las demás sociedades, la construcción de un sistema educativo propio y de obras culturales fuertes es una necesidad indispensable para luchar por una existencia libre y garantizarla a largo plazo. La diplomacia, que hoy en día se ha convertido en una herramienta de imposición de los intereses del poder estatal, debe ser sustituida por una verdadera diplomacia al servicio de la comunicación y la reconciliación entre los pueblos a escala internacional. Rêber Apo define esta forma de diplomacia, en la que el establecimiento de relaciones e intercambios entre los pueblos no se limita a la actividad profesional de los diplomáticos oficiales, sino que se convierte en una actividad cotidiana de todos los miembros de una sociedad, como diplomacia de los pueblos.
Puede que Oriente Medio sea hoy el principal campo de batalla de la Tercera Guerra Mundial, pero nos corresponde a nosotros, la juventud internacionalista, extender la lucha por otro mundo a todos los rincones de este planeta. La primera Conferencia Mundial de la Juventud en París es un paso histórico en esta dirección, que sin duda nos acercará a nuestro objetivo. Hoy no podemos permitirnos el lujo de estar divididos por nuestras diversidades, nuestros diferentes enfoques y tradiciones políticas. Como jóvenes de hoy, tenemos una responsabilidad histórica ante la sociedad, las mujeres y los jóvenes de mañana, y es en la conciencia de esta responsabilidad donde debemos reforzar nuestra unidad.
Nuestra rabia y nuestro odio contra el sistema de destrucción, contra la barbarie organizada de la modernidad capitalista, debemos transformarlos en la energía y la creatividad necesarias para construir un mundo de belleza y libertad. En los últimos años hemos hecho grandes progresos, pero lo que hemos creado está aún lejos de ser suficiente. Si echamos un vistazo al estado del mundo, podemos ver claramente los grandes peligros, pero también las grandes oportunidades que se abren ante nosotros. La situación de la Tercera Guerra Mundial, lo que Rêber Apo ha llamado el intervalo del caos, pasará necesariamente a una fase de reorganización del mundo. Los gobernantes preparan o han iniciado ya sus ofensivas para poner su sello en el nuevo orden emergente. Nos queda decidir si seguiremos siendo meros espectadores del curso de la historia o si tomaremos nosotros mismos la pluma y, como juventud, escribiremos nuestra propia historia.
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