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El renacimiento de la diosa caída: Una venganza contra el feminicidio y el ecocidio

La selva amazónica abarca una extensa área de Abya Yala. A este bosque ancestral a menudo se le llama «el pulmón de la Tierra», ya que una gran parte del oxígeno del planeta se produce y se limpia en el Amazonas. Cientos de pueblos indígenas todavía viven allí hoy y es el hogar de incontables especies animales y vegetales, componiendo lo que quizás sea el ecosistema más diverso del mundo. A día de hoy se enfrenta a una deforestación masiva e incendios sistemáticos provocados por el capitalismo salvaje. Solo durante este año, 2024, el 17 % del total de la Amazonia ha desaparecido. No es un caso aislado; a lo largo y ancho del mundo, la explotación de la naturaleza se acelera abruptamente: incendios, deforestación, pesticidas, la destrucción de la naturaleza mediante monocultivos, el uso de armas químicas prohibidas en guerras, como es el caso de Turquía en Kurdistán. A escala global, el ecosistema se precipita hacia una crisis sin precedentes de origen humano.


De forma paralela, el índice de feminicidios crece cada día. Hace poco, en agosto de 2024, una joven médico fue violada y asesinada en Bengala Occidental, India, lo que originó protestas masivas de estudiantes y mujeres jóvenes. El número de feminicidios sin registrar a nivel mundial probablemente supere los datos oficiales por cien. Lo sabemos porque el capitalismo necesita estos asesinatos, sobre todo ahora, para sobrevivir durante la crisis existencial que sufre. ¿Por qué? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de «feminicidios»? ¿Cómo se vinculan al ecocidio?

En la tierra fértil de Mesopotamia, hace unos 5000 años, apareció en su mitología el primer feminicidio de la historia. El dios Mardûk dispara a la diosa Tîamat, su madre, con tres flechas en el corazón, cerebro y útero. Este asesinato marca el primer feminicidio en la historia, el inicio de la campaña de exterminación y los 5000 años de una larga guerra contra las mujeres. El feminicidio de Tîamat muestra el origen de la esclavitud de las mujeres. Por primera vez en la historia, la mujer pierde la batalla contra el hombre que busca el poder, y esto marca una ruptura para la sociedad en su totalidad. Si anteriormente la sociedad se organizaba alrededor de las mujeres, ahora viraba cada vez más hacia la hegemonía masculina.


Las tribus, con el establecimiento de la revolución neolítica y la cultura agraria, aseguraron su supervivencia mediante un conocimiento profundo de la naturaleza. Estas sociedades, capaces de leer las señales de la naturaleza y compartir su conocimiento con otros al pasarlo de generación en generación, vivían y se organizaban en torno a la mujer. Las tres flechas de Mardûk simbolizan la ruptura con este rol femenino. En la persona de Tîamat, estas flechas atraviesan a todas las mujeres, marcando la ruptura más profunda y dramática de la historia humana.


El término feminicidio proviene de la mexicana Marcela Lagarde, quien lo usó para describir el asesinato de una mujer por parte de un hombre por el hecho de ser mujer. Los homicidios por honor, los asesinatos de mujeres embarazadas, los asesinatos por violencia sexual y la esclavización de mujeres, por ejemplo mediante prostitución, así como el asesinato de estas mujeres pueden ser descritos como feminicidios.


El primer feminicidio contra Tîamat es el inicio del feminicidio organizado más grande de la historia, que tuvo lugar 4500 años después. Fue el preludio de una campaña de exterminio contra las mujeres. Como último golpe, el hombre dominante intentó destruir a las mujeres y su conocimiento, peligroso para el sistema, con todo el poder y la violencia a su disposición. Los hombres quemaron cientos de años de conocimiento sobre naturaleza, salud, filosofía, espiritualidad y conocimiento femenino en las hogueras de la caza de brujas. La Inquisición, las cámaras de tortura del patriarcado donde se torturaron a miles de mujeres hasta la inconsciencia, o incluso la muerte, es el intento del patriarcado de subyugar la naturaleza. Una sociedad que siente su conexión con la naturaleza y se organiza alrededor de las mujeres nunca aceptaría la opresión, la esclavitud, la pobreza, el hambre y la conquista mediante reinos, imperios, ejércitos y cruzadas. Solo mediante el mayor feminicidio de la historia fue posible preparar el terreno para el capitalismo.

El capitalismo se basa en la explotación de los recursos naturales. Minas de oro y litio, metales necesarios para la producción armamentística, la extracción de madera… Todo ello son recursos sin los que el mercado no sobreviviría ni un día. Entre estos recursos y el mercado resisten las sociedades, los pueblos indígenas y, sobre todo, las mujeres y los jóvenes. El estado de Brasil y las estructuras de mafia homicidas son ejemplos conocidos de las fuerzas que asesinan a las mujeres y protectores de la tierra semana tras semana en aras del beneficio propio y con el fin de allanar el camino para desangrar a su país. No obstante, la tercera guerra mundial que nos arrasa hoy en día no solo se basa en la explotación de recursos materiales. Sería un error fatal culpar del feminicidio y el ecocidio solamente a individuos, estados o corporaciones. El feminicidio físico y el ecocidio se basan principalmente en la esclavitud mental. Las flechas disparadas a Tîamat hace 5000 años se han convertido en el día a día de todas las mujeres a lo largo y ancho del mundo: la esclavitud de las mujeres en el hogar, la familia, el trabajo y el estado, como esposas, madres, amantes, prostitutas, mendigas o incluso aquellas que se consideran libres dentro de la clase media liberal. Las mujeres son, como dice Rêber Apo, la colonia más antigua del mundo, y sus formas de esclavitud son el iceberg masivo que se esconde bajo la superficie del océano que es el feminicidio físico.


Hoy en día, una de cada tres mujeres en el mundo vive por debajo del umbral de la pobreza. Millones de mujeres y niños mueren de hambre cada año. No obstante, las necesidades alimentarias de toda la humanidad podrían suplirse si el área de Inglaterra que se usa para ganado, cerdos y aves de corral se transformara en tierra para la agricultura. ¿Qué mejor forma de arrancar la máscara de este sistema feminicida que este hecho? El patriarcado puede existir sin el capitalismo, pero el capitalismo, este sistema de muerte, no puede existir sin el patriarcado.


Tal y como está destruyendo el planeta, también intenta quebrar a las mujeres y a la sociedad, esclavizarlas y ponerlas a su servicio. Este sistema ha llevado a la sociedad a que la mujer esté completamente enemistada con la naturaleza. De una parte, hay una línea de mujeres que defienden la tierra, su entorno, la sociedad y su propia naturaleza; de otra, hay una línea de mujeres que, en defensa de la mujer «autoritaria» y «dominante», la mujer «independiente», pone al planeta de rodillas, trae la guerra al mundo y traiciona a su propio género destruyendo la base de la vida. Los feminicidios no son casos aislados ni asesinatos individuales de mujeres. El capitalismo en sí es una forma de feminicidio; la destrucción de la naturaleza no puede tener lugar sin destruir la mujer asociada a ella. Un solo vistazo a la historia revolucionaria y los pueblos que resisten en el presente muestran esto con claridad. El Movimiento de Liberación de las Mujeres de Kurdistán, que define «wêlatparêzî», la conexión a la propia tierra, como el primer principio de la ideología de la liberación de las mujeres, es muy consciente de esto. Un árbol que no tiene raíces fuertes en la tierra no puede producir fruta jugosa en sus ramas. El feminicidio destroza el árbol, el ecocidio llega a destruir la tierra de la que se nutre el árbol.

El colonialismo, el robo de tierras, la quema de poblados y la naturaleza, así como la Tercera Guerra Mundial, que ha llevado a la tierra al borde del abismo, son las expresiones más evidentes de este sistema mortífero. Desde el comienzo de la Tercera Guerra Mundial en los años 90, que se ha centrado en Oriente Medio, la destrucción de la naturaleza ha aumentado significativamente y el número de feminicidios sube sin interrupción. El incremento de feminicidios implica una mayor ruptura de la resistencia. Una mayor ruptura de la resistencia implica más guerras. Más guerras implica más destrucción del medio ambiente, lo que a su vez implica más feminicidios. La rueda de la muerte gira cada vez más y más rápido. Intervenir directamente es la única forma de pararla y destruirla. 


Mientras el agua fluya, la vida se abrirá paso. Sin agua, se arruinará. Con las mujeres, la sociedad y la vida florecen. Sin ellas, solo hay podredumbre. Envenenar el agua, esclavizar a las mujeres, es asesinar de forma sistemática la tierra y la sociedad. El sistema de la modernidad capitalista ha demostrado su hostilidad hacia la sociedad en incontables ocasiones. En vez de concentrarse en un genocidio total, el sistema de hoy se concentra en un feminicidio y ecocidio a largo plazo, la larga guerra contra las mujeres y la naturaleza. La tierra se ha convertido en una fuente infinita de la que lucrarse y las mujeres en un objeto de deseo.


Solo la autodefensa holística puede contraatacar esto. La tarea del siglo XXI es fortalecer a las mujeres, romper con su esclavitud y, como sociedad, unir fuerzas para proteger la tierra, la madre de toda vida, del ávido capitalismo. En kurdo, la palabra para naturaleza es «xweza», que también significa «engendrarse a uno mismo». Expresa cómo la naturaleza se reproduce en un ciclo infinito mientras evoluciona constantemente. De igual forma, toda mujer que se alce contra los 5000 años de feminicidio se encarga de vengar y defender la sabiduría de las mujeres. Rêber Apo llama al siglo XXI el siglo de la revolución de las mujeres. Esta revolución, y su lucha por la libertad, es el renacimiento de millones de diosas caídas, hadas, jóvenes, madres, brujas, viudas y revolucionarias.


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